Me acostumbré a verte con el
cigarro entre los dedos y tu boca.
Pasaba a diario, en el balcón y
en cada rincón.
Pero nunca me acostumbré a tu
tos.
Tu tos me enfermó,
Ya dejé de llamar al médico por
ti.
Mil veces me era preferible
pararme al lado de un semáforo con luz roja permanente.
Te debo mi amargura, mis ojeras,
mi verano, mi infierno.
Ahora no verte fumando es tan
extraño, tanto como dibujar el sol con ojos y una sonrisa.
Kari Deflores
03/02/2017
8:18 p.m.
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